Podemos encontrar en todas las antiguas culturas paganas una tendencia natural de ofrecer sacrificios a sus dioses como una manera de solicitar su favor.

No es un tema ajeno a los creyentes, de hecho, en la Biblia encontramos como en reiteradas ocasiones Dios manda a su pueblo a no ofrecer ese tipo de sacrificios como lo hacían los pueblos a su alrededor.

Y lo más perturbador a veces para nosotros es cuando encontramos a Dios solicitando a uno de sus hijos hacer lo mismo… el caso de Abraham. Dios pidió que le diera a su hijo en sacrificio a modo de probar su fe, pero lo llamativo es notar como para Abraham era algo normal ese sacrificio, y fue ahí donde descubrió que su Dios no era como los demás.

Pero el sacrificio y derramamiento de sangre era necesario para cumplir con la justicia de un Dios Santo, y por lo tanto unos siglos después mandó a su propio Hijo a morir en sacrificio.

En Juan 18, 1-11 encontramos cómo Jesús mismo no pone resistencia al ir a ese sacrificio. De hecho, dice “¿Acaso no he de beber el trago amargo que el Padre me da de beber?”. Ya Jesús luego de su agonía y pedir que si era posible le dejaran evitar esa copa, vemos como de parte de Dios la respuesta es: NO. Jesús en su juicio nunca opuso resistencia. En el camino hacia el monte tampoco. El tenía clara la misión que debía cumplir.

La paga del pecado es muerte, y esa deuda tenía que ser saldada, por lo que Dios en su amor, al igual que con Abraham proveyó el sacrificio, por cuanto en el derramamiento de la sangre de Jesús se encuentra el pago por la deuda que teníamos con Dios.